Desde Milán (nuestro diácono, Santiago): Madonna delle Nevi





El pasado fin de semana, nos fuimos de convivencia a la montaña con los niños del catecismo, de edades comprendidas entre los once y los doce años. Salimos el sábado por la tarde, en dos autobuses las parroquias de la Madonna del Rosario y de San Vincenzo di Pauli di Milano, y una tercera parroquia di Monza, juntándonos alrededor de cien personas. El objetivo era pasar dos días juntos compartiendo la vida y la fe, disfrutando de la naturaleza y descubriendo a Jesús presente en nuestras vidas, en todo aquello que hacemos (jugar, cantar, rezar, contemplar las maravillas de la creación) y en las personas que están a nuestro lado.
Después de dos horas de camino llegamos a nuestro destino: un lugar precioso en medio de los Alpes, conocido como la "Madonna delle Nevi" (Nuestra Señora de las Nieves) donde hay un gran albergue, una pequeña iglesia y donde nos esperaba una invitada con la que no contábamos: la nieve. Estaba todo nevado. El blanco de la nieve, la altura de las montañas que nos rodeaban, el verde de los bosques de abetos, los riachuelos medio congelados, todo conformaba una panorámica espectacular de la creación que Dios nos ha regalado, y de la que tantas veces nosotros no disfrutamos, porque no la apreciamos lo suficiente.
Conmocionados aún por lo espectacular del paisaje, acomodamos nuestros equipajes y tuvimos una pequeña reunión, donde los niños que quisieron, libremente, expusieron ante los demás el porqué habían venido y qué era lo que esperaban de estos dos días de convivencia. A mí me pidieron que me presentase y contase algo de mi vocación; yo hice lo que pude, con mi "itañolo"..., más o menos creo que me entendieron. Después cenamos y a continuación tuvimos sesión de juegos y cantos, antes de finalizar la jornada con la oración de la noche y la retirada a las habitaciones para descansar, pues nos esperaba una jornada intensa.
El domingo, día del Señor, lo iniciamos con un buen desayuno y el rezo de laudes. Luego nos pusimos en camino en medio de la nieve, y de un día espectacular, soleado, con el cielo azul y despejado sobre nosotros, atravesamos ríos y montañas. Los últimos metros del recorrido los hicimos en silencio, para meditar mejor aquello que estábamos viviendo y que el Señor nos estaba regalando. Al final llegamos a una ladera impresionante, donde el sol daba de pleno y nos proporcionaba el calor tan necesario para nuestros helados, pero contentos cuerpos. Allí permanecimos en silencio unos quince minutos contemplando el paisaje y haciendo oración personal; y luego, antes de iniciar el retorno, tuvimos tiempo de cantar y jugar con la nieve.
Al regreso nos esperaba una suculenta y caliente comida; después de la cual tuvimos tiempo de preparar las maletas, recoger las habitaciones, jugar a "calcio" (fútbol), dormir la siesta, recibir el sacramento de la confesión; todo ello, antes de celebrar lo más importante y grande que pudimos ver o hacer este fin de samana: la Eucaristía, como acción de gracias a Dios por todo lo vivido en esos dos días de convivencia.
La vuelta a casa estuvo amenizada con cantos populares italianos. Todos estábamos cansados, pero muy contentos por el regalo que una vez más, y son tantas, Dios nos había hecho este fin de semana.
Por Santiago Fernández Carballo

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