Siempre es una alegría, y casi el momento central de la vida del Seminario, la celebración del sacramento del Orden Sacerdotal. Por él, Cristo hace partícipes a hombres de su único y eterno sacerdocio; así reza el Prefacio de la liturgia: T ú constituiste a tu único Hijo Pontífice de la Alianza nueva y eterna por la unción del Espíritu Santo, y determinaste, en tu designio salvífico, que su único sacerdocio se perpetuara en la Iglesia. É l no sólo enriquece con el sacerdocio real al pueblo de los bautizados, sino también, con amor fraterno, elige a algunos hombres para hacerlos participar de su ministerio mediante la imposición de las manos. T us sacerdotes, Padre, renuevan en nombre de Cristo el sacerdocio de la redención humana, preparan a tus hijos el banquete pascual, guían en la caridad a tu pueblo santo, lo alimentan con tu palabra y lo fortalecen con tus sacramentos. E llos, al entregar su vida por ti, Padre, y por la salvación de los hermanos, deben configurarse