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El Canto litúrgico (Fiesta de santa Cecilia)


Con ocasión de la Memoria de Santa Cecilia, virgen y mártir, nuestra intención es compartir y recordar una serie de pautas y criterios que hemos de tener en cuenta a la hora de desarrollar la dimensión musical dentro de nuestras celebraciones litúrgicas, actividad entendida más comúnmente como “pastoral del canto litúrgico”. De este modo, comenzamos con una serie de principios a los que se irán sumando otros, de forma periódica, para que así caigamos en la cuenta de tan importante y seria faceta de la misión de la Iglesia.

Los futuros sacerdotes, hemos de recibir una auténtica formación musical. Los seminaristas, en un futuro, seremos sacerdotes que presidan y moderen las celebraciones litúrgicas. Así hemos de prepararnos y formarnos desde el punto de vista musical.

Debemos aprender a escoger, y para ello conocer, las obras musicales del pasado y de la actualidad que sean más adecuadas para cada tipo de celebración litúrgica. Por ejemplo: no sería apropiado en una misa con niños cantar en el momento de la comunión el “Pange Lingua”, ni en una misa con adultos el canto “Yo tengo un amigo que me ama”. Del mismo modo, no todos los cantos sirven para todos los momentos de la misa, ni todos los cantos sirven para entonar dentro de la celebración litúrgica. ¿Por qué decimos todo esto? Pues porque el canto nos ayuda a introducirnos de una forma espléndida en el misterio, siempre que la música entonada y las letras del canto sean las apropiadas para ello.

Como nos decía Joseph Ratzinger, actual Papa Benedicto XVI, las relaciones entre música y mistagogía son polifónicas y la realización de una lleva a profundizar en la otra. No se puede olvidar, de esta forma, la atención extraordinaria que la Iglesia ha prestado siempre a la cuestión musical sea en el culto, en la formación de los clérigos o en la educación de los fieles.

San Agustín, al escuchar cantar los himnos que lo llevarán a la conversión, dice “que es debido aprobar el uso del canto en la Iglesia; el espíritu aún débil debe encontrar, con el placer del oído, el camino hacia el mundo de la devoción”.

La música y el canto no son simple adorno añadido a la acción litúrgica. Al contrario, constituyen una realidad unitaria con la celebración, permitiendo la profundización y la interiorización de los misterios divinos.

Es imprescindible que el canto y la música sirvan para expresar y confesar la fe de la Iglesia, que los cantos estén al servicio de la fe y de la celebración y se tenga en cuanta que la celebración litúrgica es ante todo confesión y celebración de lo que la Iglesia cree.

Desde el punto de vista musical, lo sagrado debe unirse a lo bello, en una armoniosa y devota síntesis que permita a las diversas asambleas expresar plenamente su fe, para gloria de Dios y edificación del Cuerpo Místico.

Es necesario aprender y saber escoger aquellas melodías que no se inspiren solamente en la moda, tan mudable como carente de valor espiritual y artístico, sino aquellas otras que a su carácter concreto y práctico unan la dignidad del arte y la sensibilidad de la oración. Que tengan, en definitiva, la suficiente unción religiosa para que por medio de ellas el creyente ore, alabe a Dios y lo celebre en su asamblea santa, la Iglesia.

Con todo esto intentamos acercarnos a una vivencia más gozosa y fructífera de la liturgia. Intentaremos, del mismo modo, que esta reflexión sea el principio de una cadena que nos lleve a acercarnos mejor al canto litúrgico, teniendo como fiel intercesora a Santa Cecilia, virgen y mártir.

Santa Cecilia, ruega por nosotros.

Por Jonatán Pousada Álvarez